A tres semanas de la insurrección en Bengasi que dio comienzo a una extendida rebelión popular contra el régimen de Kadafi, los sangrientos combates entre las fuerzas gubernamentales y la oposición han escalado abriendo un proceso de guerra civil con resultado aún incierto.
A pesar de haber perdido el control de la zona costera al este del país, Kadafi retuvo la capital, Tripoli, y gran parte del occidente, y desde allí ha lanzado una contraofensiva para recuperar las ciudades perdidas a manos de los “rebeldes”. De esta manera, busca impedir el avance de la rebelión ya sea sobre Tripoli o Sirte, su ciudad natal, o sobre zonas bajo control de clanes y tribus afines al régimen.
La ofensiva militar del régimen se ha concentrado en puertos y ciudades petroleras como Brega y Ras Lanuf, y otras posiciones estratégicas como la ciudad de Zawiya a menos de 50 km. al oeste de Tripoli.
En estos combates se enfrentan las fuerzas que permanecen leales a Kadafi, principalmente el aparato de seguridad del estado, sectores del ejército y mercenarios traídos desde países vecinos, y las milicias de la oposición compuestas por sectores del ejército que han desertado y se pasaron del lado de la rebelión, y sobre todo, por decenas de miles de jóvenes pobres y de las clases medias, de tendencias islamistas y laicas, que voluntariamente y de manera espontánea se unen a la defensa de las ciudades ante el avance de los tropas oficialistas. Según la revista The Economist sólo en Bengasi se han alistado 17.000 jóvenes, que portan desde armas automáticas y granadas tomadas en los cuarteles hasta cuchillos domésticos y que se lanzan al combate a pesar de carecer de toda experiencia militar.
La existencia de estas milicias irregulares confirma que, a pesar de sus esfuerzos iniciales, el Consejo Nacional con sede en Bengasi que actúa como gobierno provisorio de la oposición, no ha podido llevar adelante su política de desarmar a la población y disciplinar una fuerza regular dirigida por los ex oficiales del régimen. Este elemento muestra el grado de radicalidad que alcanzó la lucha contra Kadafi pero también expresa su debilidad: que la dirección política del proceso está hegemonizada por los sectores de “notables”, que incluyen las clases medias ilustradas, empresarios y los elementos que desertaron del antiguo régimen que buscan reemplazar la dictadura de Kadafi con otro régimen confiable para los intereses de las potencias imperialistas. Esto explica que miembros prominentes del gobierno provisional hayan pedido la intervención “humanitaria” de las potencias occidentales, mientras que en las calles de Bengasi y otras ciudades se rechaza todo tipo de injerencia imperialista.
Kadafi parece tener un objetivo de mínima que es mejorar su relación de fuerzas para lograr una salida negociada que le garantice que no será juzgado por sus crímenes y que tampoco se tocará la cuantiosa fortuna personal que posee. De hecho Mustafa Abdel Jalil, ex ministro de justicia de Kadafi y actual vocero del Consejo Nacional rebelde, dio a entender que la oposición estaba dispuesta a aceptar esa negociación, aunque luego fue desmentido por otros miembros del Consejo.
Pero tampoco se puede descartar que si Kadafi logra triunfos militares parciales, busque afianzarse en el territorio bajo su control y desde esa base, seguir peleando una prolongada guerra civil.
El imperialismo más cerca de utilizar la “carta humanitaria”
Usando la hipócrita excusa de evitar la “violencia” sobre la población civil, Estados Unidos y las potencias europeas están cada vez más cerca de lanzar algún tipo de intervención militar contra Libia, ya han estacionado buques de guerra en el Mediterráneo con la cobertura de la distribución de “ayuda humanitaria” y los aviones de la OTAN ya han ampliado su vigilancia para monitorear el movimiento de las tropas de Kadafi. Entre las opciones militares que abiertamente discuten los gobiernos imperialistas y sus aliados de la Liga Árabe y el Consejo de Cooperación del Golfo, que temen el levantamiento de sus propios pueblos, la que parece imponerse es el establecimiento de una zona de exclusión aérea sobre el territorio libio, o al menos sobre la costa este donde está concentrada la oposición. Otra propuesta de senadores demócratas y republicanos norteamericanos es lanzar ataques selectivos –como los bombardeos ordenados por Reagan en 1986- o armar a los rebeldes. Francia y Gran Bretaña ya han elaborado un borrador de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para establecer la zona de exclusión aérea. El 10 de marzo se reunirá la OTAN para evaluar las acciones militares.
Sin embargo, la decisión de intervenir militarmente en un país musulmán está provocando divisiones y tensiones. Estados Unidos, comprometido en dos guerras en Irak e Afganistán, busca legitimidad internacional para lanzar el ataque contra Kadafi. La posibilidad de que esta intervención cuente con la bendición del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es casi nula: Rusia y China, que tienen poder de veto, se oponen tajantemente, por intereses propios, a legitimar la intervención extranjera a cualquier país.
Partidarios de la intervención consideran que no hace falta la aprobación de la ONU y ponen como ejemplo los bombardeos en Serbia en 1999 que se hicieron bajo mandato de la OTAN. Pero la OTAN tampoco tendría por ahora el consenso de sus miembros, ya que el gobierno alemán todavía no ha dado su conformidad con el plan.
El gobierno de Obama también está dividido alrededor de la conveniencia establecer la zona de exclusión aérea. El Secretario de Defensa, Robert Gates, se ha opuesto frontalmente a esta alternativa, ya que considera que el solo establecimiento de esta zona implicaría una suerte de declaración de guerra contra Libia, y debería ser impuesta con ataques aéreos en los que con seguridad habrá bajas civiles. La posición del Pentágono es que la situación en Irak y Afganistán no permite otra intervención militar garantizada por Estados Unidos.
A esto se suma que políticamente los gobiernos imperialistas no tienen confianza en los dirigentes de la oposición libia y, ante la imposibilidad de sostener una ocupación permanente, temen que grupos islamistas u hostiles a sus intereses se alcen con el poder. Como plantea R. Haass, un influyente analista de política internacional que fue asesor bajo el gobierno de Bush, “remover a Kadafi y a su entorno podría poner en movimiento una cadena de eventos en la que diferentes hombres fuertes, con el apoyo de distintas tribus asuman el poder. O podría crear una situación en la que avancen islamistas radicales. De cualquier manera, áreas significativas del país quedarían por fuera del control del gobierno, creando vacíos que pueden ser explotados por al Qaeda y grupos similares.” (Wall Street Journal, 8 de marzo de 2011).
Para los “rebeldes” libios la intervención imperialista también puede crear contradicciones, sobre todo para las organizaciones islamistas que si bien han aceptado la decisión del Consejo Nacional de solicitar la zona de exclusión, se verían obligados por su base a resistir cualquier intervención de tropas terrestres o a repudiar bombardeos aéreos que con seguridad implicarán bajas civiles. De ahí que el imperialismo está buscando el tipo de intervención que limite las consecuencias de estas contradicciones.
Ninguna injerencia imperialista
Algunas organizaciones europeas como el Partido Comunista Francés, organismos de derechos humanos y de defensa de inmigrantes, a los que se ha sumado la dirección del Nuevo Partido Anticapitalista de Francia (en este caso con oposición interna), han firmado un documento solicitando la “intervención solidaria” de los gobiernos de la Unión Europea, sin siquiera mencionar, por ejemplo, la masacre de civiles que estas potencias junto con Estados Unidos están perpetrando en Afganistán, o que hasta hace solo semanas estos mismos gobiernos eran aliados de Ben Ali, Mubarak o Kadafi, que les garantizaban sus intereses.
Contrariamente a estas posiciones, el objetivo de una eventual intervención imperialista en Libia no tiene nada que ver con razones humanitarias, sino en primer lugar con evitar que la revuelta popular contra Kadafi pueda tomar un curso que ponga en cuestión los intereses de las principales potencias, entre ellos el abastecimiento de crudo y las inversiones de grandes petroleras y eventualmente una base contra la oleada revolucionaria que sacude el mundo árabe y el norte de África. Por esto la política revolucionaria hoy debe plantear tanto la lucha por la caída revolucionaria de Kadafi junto con la oposición a cualquier tipo de intervención e injerencia imperialista.
Al contrario de la defensa de Kadafi que han planteado gobiernos como los de Chávez u Ortega, los marxistas revolucionarios del PTS hemos señalado que la rebelión libia es continuidad de las sublevaciones populares contra Ben Ali en Túnez y Mubarak en Egipto, alertando que la política de los sectores de la oposición que confían en lograr un acuerdo con el imperialismo solo puede llevar a cambiar una opresión por otra.
Tomados de conjunto, los procesos revolucionarios desatados en Tunez, Egipto y Libia han puesto de manifiesto la opresión política, social e imperialista que sufren las masas de estos países. La resolución íntegra y efectiva de estas demandas requiere de un programa que se plantee llevar al poder a la clase obrera y a las masas explotadas. Sólo esta perspectiva puede evitar las maniobras tendientes a que los cambios conseguidos con la acción de masas no alteren el dominio imperialista en la región.
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