El 19 de marzo una coalición de potencias occidentales encabezada por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, con el apoyo de los gobiernos proimperialistas de la Liga Árabe y la cobertura de la ONU, comenzó el ataque militar contra Libia anunciado en la resolución 1973 aprobado por el Consejo de Seguridad de la ONU. Una lluvia de bombas y misiles lanzados desde el aire y desde los barcos de guerra y submarinos estacionados en la costa mediterránea, ya han caído sobre objetivos militares de Kadafi en las cercanías de Trípoli, Bengasi y otras ciudades, aunque aún se desconocen las víctimas civiles de estos bombardeos.
Esta intervención imperialista, llamada “Odisea al amanecer”, es presentada por Estados Unidos, Francia y sus aliados como una acción “humanitaria” que tiene el supuesto objetivo de “proteger la vida de los civiles” libios. Como venimos denunciando, esta es una gran hipocresía, los mismos que hoy atacan a Kadafi y se proclaman abanderados de la “democracia”, eran los sostenes más firmes de los regímenes dictatoriales árabes, como el de Ben Ali y Mubarak, y siguen sosteniendo a sus agentes contra la movilización popular, como hace Obama con la monarquía de Bahrein y de Arabia Saudita.
Con la intervención en Libia, las potencias imperialistas buscan impedir que una eventual caída de Kadafi pueda derivar en el surgimiento de un nuevo régimen que cuestione sus intereses. Más en general, intentan ganar legitimidad apareciendo del lado de los “rebeldes” para poder intervenir más directamente y poner un límite a la oleada de levantamientos populares que viene sacudiendo a los países del Norte de África y la península arábiga y poder asegurarse "transiciones" o desvíos. Este proceso, iniciado en Túnez, se sigue extendiendo, como muestra la renovada movilización popular en Marruecos en contra de la monarquía, un régimen aliado de España, que entre otras cosas, contribuye a contener las oleadas inmigratorias hacia la UE; o como el proceso en Yemen que ha dado un salto en el intento de derribar a Saleh, uno de los principales aliados de Estados Unidos en la “guerra contra el terrorismo”.
La operación militar “Odisea al amanecer” no está exenta de contradicciones y su resultado aún es incierto. Las potencias europeas se dividieron alrededor de la intervención en Libia. El gobierno de Sarkozy, por razones de política interna, para cambiar su imagen por haber sostenido al dictador tunecino Ben Ali y, de forma más importante, por sus intereses en el Mediterráneo, decidió reconocer de manera unilateral al Consejo Nacional de Transición y fue un ferviente impulsor de la intervención militar junto con Gran Bretaña, mientras que Alemania se opuso y se abstuvo en la votación del Consejo de Seguridad de la ONU.
También se pusieron en evidencia las divisiones internas del gobierno norteamericano, expresión de la decadencia hegemónica de Estados Unidos.
En cuestión de días, el presidente Obama cambió de posición y decidió impulsar la intervención a pesar de que los jefes del Pentágono se habían pronunciado explícitamente en contra de una nueva incursión militar en otro país musulmán, teniendo en cuenta que aún Estados Unidos está comprometido en Irak y Afganistán.
Este cambio de posición se explica por una combinación de factores que van desde no dejarle a Francia el protagonismo, hasta tratar de revertir la falta de influencia norteamericana en los nuevos procesos del mundo árabe, que quedó expuesta en el reciente viaje de Hillary Clinton a Egipto, donde no logró reunirse con los sectores juveniles que fueron parte del bloque policlasista que derribó a Mubarak.
La Liga Árabe, integrada por las dictaduras y monarquías proimperialistas contra las que se están levantando las masas, apoyó la resolución y le dio una importante cobertura a la acción militar evitando que los pueblos de la región la vean como otra intervención de Estados Unidos junto a otras potencias en defensa de sus intereses o en procuración del petróleo. Pero ante la perspectiva que los bombardeos terminen causando un alto número de muertos en la población civil, han comenzado a cuestionar moderadamente el alcance de los ataques de la coalición.
Lo mismo que hacen Rusia y China que, si bien dejaron correr la intervención al no usar su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, no se privan de criticar los bombardeos.
Tampoco están claros cuáles son los objetivos políticos de la intervención y si los socios de la coalición imperialista que está dirigiendo la intervención los comparten. Esto abre distintos escenarios: uno es que el objetivo se limite a lograr, después de algunos días de bombardeos, que Kadafi negocie su rendición a cambio de inmunidad y establecer un gobierno de “unidad nacional” entre los “rebeldes” y los restos del aparato kadafista; otro escenario posible, aunque más traumático, es el de una división temporaria del país entre una zona controlada por los “rebeldes” en el Este y otra bajo control de Kadafi o sus seguidores en el Oeste. Pero tampoco se puede descartar que un objetivo de “cambio de régimen” por la vía militar, si no se obtiene fácilmente, implique una escalada de la intervención imperialista, incluso con tropas terrestres, abriendo la posibilidad de una guerra de contrainsurgencia como la de Irak o Afganistán, pero en este caso frente a las costas europeas.
Estas contradicciones emergieron a la luz pública a pocos días de iniciado el ataque, con una discusión sobre quién debería seguir liderando la operación, en la que se enfrentan por un lado Estados Unidos y Gran Bretaña, partidarios de que el comando de la operación recaiga sobre la OTAN, y Francia que ha presentado reservas.
La dirección “rebelde” del Consejo Nacional de Transición libio, ante la superioridad militar de Kadafi, en lugar de apelar a la solidaridad activa de los trabajadores, los jóvenes y los sectores populares que, desde Túnez hasta Yemen y desde Senegal a Marruecos, están mostrando su heroísmo para enfrentar a sus gobiernos reaccionarios, viene solicitando desde hace semanas la intervención imperialista para frenar a Kadafi, creando ilusiones en los miles que se han levantado en Bengasi y otras ciudades de que el imperialismo puede actuar a favor de los intereses de las masas populares. Peor aún, el CNT, integrado mayormente por ex funcionarios kadafistas, sectores medios acomodados y burgueses opositores, le ha dado garantías a las distintas potencias que respetarían los negocios petroleros y las inversiones imperialistas en el país. A su vez, no ha tenido la menor política hacia los cientos de miles de obreros inmigrantes que trabajan en Libia, que son la mayoría de la población laboriosa y que han sido dejados a su suerte por uno y otro bando.
La izquierda reformista, entre ellos los Partidos Verdes de varios países europeos, el Partido Socialista y el Partido de Izquierda en Francia, entre otros, viene usando el argumento socialdemócrata de que la intervención militar de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y sus aliados permitirá al pueblo libio obtener conquistas democráticas, para justificar su capitulación escandalosa a la intervención militar imperialista, como ya lo hicieron con argumentos “humanitarios” en la guerra de la ex Yugoslavia o en el Kosovo.
Los marxistas revolucionarios planteamos claramente que el imperialismo no interviene para que triunfe el levantamiento popular contra Kadafi, sino para tratar de imponer un gobierno títere al servicio de sus intereses, como hizo tras la invasión en Afganistán e Irak. Tampoco la salida es, como ha planteado Chávez y otros “progresistas”, subordinarse a Kadafi que no solo se ha transformado en un dictador proimperialista, sino que está embarcado en una guerra contrarrevolucionaria para aplastar el levantamiento popular que ha puesto en cuestión su dominio, como parte de los levantamientos en la región. La única salida progresiva para el pueblo libio es luchar enérgicamente tanto contra la intervención imperialista como por derrocar a la reaccionaria dictadura de Kadafi. En esta lucha los aliados del pueblo libio son los trabajadores y los sectores populares que se han levantado en el Norte de África y en los países árabes contra los regímenes dictatoriales y las monarquías proimperialistas; los trabajadores, los jóvenes y los millones de inmigrantes que en los países imperialistas pueden boicotear la política guerrerista de Sarkozy, Zapatero y compañía; y el conjunto de los explotados de todo el mundo.
Llamamos a las organizaciones obreras, estudiantiles y populares, organismos de derechos humanos y partidos de izquierda, a organizar acciones y movilizaciones para repudiar la agresión militar imperialista y en solidaridad con la lucha del pueblo libio.
Abajo la intervención militar imperialista en Libia.
Abajo Kadafi. Por un gobierno obrero y popular
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